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EL TRIBUTO DE MIS PIES

El hechizo de la escritura… Ese cómplice espacio en blanco que me deslumbra y seduce. Ese espacio que nunca me deja indiferente. Esa tierra en barbecho que a veces me reclama y otras me pide que espere. Ese tiempo y espacio lleno de ausencias que está ahí, entregándose desde un silencio que no siempre me apetece escuchar.

 

A veces imagino un gigantesco y vacío círculo que lleno con mis pies, creando vida dentro de la órbita con el paso de las estaciones y de los sueños.

 

Mis pies...  

 

Desde niña he sentido debilidad por esas pequeñas extremidades porque con ellas avanzo o retrocedo, para repasar y corregir, para olvidar de una vez, o recordar otra vez. Porque ellas son la conexión con los órganos de mi cuerpo, al mismo tiempo que me conectan a la tierra si me olvido o quiero escapar. Me encanta acariciarlos, y,  sobre todo, acariciar con ellos, dar traviesos pellizcos, y explorar la piel con sus inquietos dedos.

 

Cómo echo de menos aquellos años en los que andaba siempre descalza, siempre que podía, claro. El placer de sentir la hierba, reconocer la gravilla frente al cemento, saltar sobre el charco escapando del calor...

 

Hubo un tiempo en el que también caí en la trampa y fueron víctimas de la moda, embutidos en unos zapatos verdugos con tacones que te elevan y te alejan, con esa forma que se estrecha a conciencia justo donde el pie se ensancha, y esa puntera reduciendo los cinco dedos a uno solo, el del centro, como un gesto obsceno a la gravedad.

 

Hoy trato de recobrar su tributo observando sus huellas y testimonios como parte de mi propia identidad.

 

Mi identidad, empezando por los pies, como parte de una liberación que me empeño en rescatar.  

 

Matié.